Amanecíamos sobre el mismo colchón. Colchón que antaño había soportado noches virulentas y gloriosas. Esta vez no sé si lo habíamos pasado bien. Los recuerdos estaban desdibujados, centrifugados y puestos a secar. No serían ni la sombra de lo que fueron. La habitación era totalmente insustancial, no hacía justicia al resto de la casa. La pintura del techo se descascarillaba y bailaba hasta el suelo como las hojas en otoño. Tres noches durmiendo en esa habitación bastaron para que fuéramos un perfecto acto mimético de esa pintura desgarrada precipitándose al vacío. Caíamos en el campo gravitatorio de la desesperanza. Donde la vida se personificaba en unas manos que estrangulaban tu cuello hasta la asfixia. Tú deslucías ese collarín allá donde ibas. Y los niños te señalaban.
1 comentario:
Lo que puede pasar después de un breve y alucinante encierro, aparte de las palabras.
Saludos.
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