Hacía calor. Mucho. Ese calor que amortigua la vida, que la hace más lenta, más pesada. Ese calor en el que las extremidades flotan, grávidas, zigzagueando sin rumbo. Mi cuerpo, al desplazarse, era una extraña aleación de plomo y material maleable, que golpeaba y cortaba el aire, que pesa y tropieza por arrastrar las cadenas de algún castigo. Las copas de los chopos ardían en llamas en varias tonalidades naranjas. Las farolas, incandescentes, se doblegaban impotentes, apenadas, hasta besar el asfalto, ese río de magma con olor a petróleo. Las alcantarillas escupían gases volcánicos que serpenteaban hasta mezclarse en el ambiente. Tórrido. Sofocante. Y yo no dejaba de ser un gramo de mantequilla en una sartén gigante. Me derretía en un extraño baile. El desasosiego cogió de la mano al día y caminaron juntos. Y la gente se movía, y yo lento, caminaba, sudaba y huía.
4 comentarios:
Bienvenido al infierno.
Esa sería la idea, supongo.
Danzabas el baile de la muerte,
y ansiabas marchar, desertar, huir de una vez.
Tanto calor...agobia y no deja pensar :):)Besos, te sigo
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